miércoles, 25 de marzo de 2009

LA RUTA DE SOR JUANA

Texto: Luis Romo Cedano

Trazar en un mapa el camino que recorrió la llamada Décima Musa no es tarea difícil. A grandes rasgos, y en orden estrictamente cronológico, de la esquina sureste del Valle y Estado de México se inicia un semicírculo que pasa por las estribaciones occidentales de los volcanes nevados y termina en la capital del virreinato, ahora Centro Histórico de la Ciudad de México. Los poblados se pueden contar con los dedos de las manos.

El primer punto del recorrido es San Miguel Nepantla, casi en el límite con el estado de Morelos. El primer atractivo de este lugar es su extraordinaria panorámica. En los días claros pueden admirarse, desde el sitio mismo, tanto las formidables cumbres nevadas del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl, como los serenos verdores del valle de Cuautla. En medio de tales extremos, en 1648 vino al mundo Juana Inés de Ramírez de Santillana. Todo aquello ha desaparecido, salvo los cimientos y las primeras piedras de lo que fue la habitación donde nació. Éstas se hallan protegidas por una compleja edificación que alberga el Centro Cultural Sor Juana Inés de la Cruz. A su lado se halla un puente porfiriano, de vía angosta, del Ferrocarril Interoceánico, que hace muchos años dejó de transitar.

Rumbo al norte, la ruta gana en interés histórico y belleza. Aun sin el antecedente de Sor Juana, la región de los volcanes por sí misma amerita más de una visita. Aproximadamente a 10 km, se encuentra un añejo conglomerado urbano; al poniente está San Esteban Tepetlixpa, "el pueblo sobre un cerro", y al oriente, Ozumba.

En el camino a Amecameca, cuando Sor Juana tenía tres años, seguramente vio estos pueblos gemelos, y mucho de lo que todavía nosotros podemos encontrar. Las iglesias ya estaban ahí; la de Tepetlixpa, con sus hermosos arcos en el atrio y su sobria fachada, recuerda el siglo XVI. La de Ozumba, sin embargo, cambió mucho desde entonces. Seguramente ganó bastante con su nuevo retablo barroco del ábside y la tribuna en la parte alta; ambos, prodigios del siglo XVIII. Pero perdió con la "renovación", en 1848, de los murales de la portería del convento que, pese a todo, aún dejan ver su temática: los inicios del cristianismo en la Nueva España, Ozumba es más sorjuanista de lo que uno podría suponer. Parte de su parentela fue oriunda de ese pueblo, incluido su sobrino, el notable científico novohispano don José Antonio Alzate, en cuyo honor la ciudad agregó a su nombre ese apellido.

Hacia el sur, se sitúan San Vicente Chimalchuacán-Chalco; ambos fueron, alguna vez, pueblos separados, y ahora están conurbados. La iglesia de "Chimal", como llaman los lugareños a este pueblo, es tremendamente significativa y hermosa. Es una de las muy pocas del siglo XVI que se mantienen en pie (gracias, en parte, a unos rotundos botareles), tiene una de las más interesantes portadas virreinales del país. Un alfiz encuadra un espacio delicadamente labrado que es algo mayor que el portón; el conjunto, en estilo mudéjar y plateresco, es inigualable. A su lado, una placa moderna de mosaicos recuerda el bautizo de Sor Juana. Erróneamente se le ubica en 1651, en lugar de tres años antes (durante mucho tiempo se manejó ese año como la fecha de su nacimiento). En el interior, el bautisterio contiene la pila donde Sor Juana fue iniciada en la fe católica. Pero su valor, al igual que el de tantas otras cosas en esta ruta, rebasa a la escritora: se trata de la pila bautismal más antigua de México, y de una verdadera joya escultórica. Al igual que todas las pilas del siglo XVI, fue trabajada en una sola pieza, a manera de un molcajete gigantesco y con base. Su ornamentación es exquisita. Entre dos franjas labradas con motivos vegetales se lee la inscripción:ANNO DNI MQXLII PONTIFICANTE PAVLO TERTIO AD LAUDEM DEI, que significa "Año del Señor de 1542, en el pontificado de Paulo III, a la gloria de Dios." Otras partes del conjunto parroquial también merecen ser celebradas: el sencillo claustro dominicano de hace cuatro siglos, el apacible atrio pleno de tumbas y árboles, el sólido muro que lo rodea...

Trasladándonos otros 10 km al norte, llegamos a la famosa Amecameca, la ciudad de los volcanes, por excelencia.

El recuento de sus virtudes -sobre todo las bellezas naturales de los alrededores- también nos tomaría varias páginas; sin embargo, aquí debemos dirigirnos a dos puntos un tanto heterodoxos para el viajero convencional. El primero es la hacienda de Panoayan, donde la poetisa vivió hasta los ocho años de edad. Como dice Francisco de la Maza enLa Ruta de Sor Juana:"en realidad Juana Inés pertenece a Panoayan más que a Nepantla". Esta ex hacienda, propiamente hablando, está a la vera de la carretera, rumbo a Chalco y México, a un par de kilómetros del centro de Amecameca. El casco conserva la sencillez original del siglo XVII -los techos de teja sostenidos por simples columnas de madera y quizá la misma capillita-; sus dueños se han preocupado por mantenerla en buen estado. Fue allí donde Sor Juana aprendió a leer. A escondidas de su mamá, con la complicidad de su hermana Josefa, y timando a su maestra, logró la hazaña a los tres años de edad. También fue en este poblado donde compuso su primer poema, a los ocho años, y fue unaLoa al Santísimo Sacramento, que ganó un concurso local.

El otro punto es El Sacromonte, un sitio fantasmagórico, por decir lo menos. Se trata del cerrito frente a "Ameca", como muchas veces llaman los vecinos a su ciudad. En la parte alta, desde hace casi medio milenio, está el Santuario del Señor del Sacromonte. A él seguramente subió la niña Juana para adorar a Dios. No es fácil sopesar qué sorprende más de este lugar: sus legendarios atributos sagrados; su estrambótico complejo eclesial del siglo xix; la historia del franciscano Martín de Valencia, cuyos restos se dice que están en la cueva; sus sombríos árboles cuajados de heno, o la soberbia vista del volcán y la volcana. Sin duda, el cementerio que se encuentra en su cumbre, atestiguando su cercanía con los cielos, es uno de los más tétricos del mundo.

Faltan aquí Tlalmanalco y Chalco, y fue este último pueblo desde donde, a pie o en canoa, se dirigió Sor Juana a la señorial capital del virreinato, en 1656.

La ciudad de México guarda muchas más evocaciones sorjuanistas que el afamado Convento de San Jerónimo. La escritora llegó primero a casa de sus tíos, Juan de Mata y María Ramírez, un edificio modesto -del siglo XVI o XVII- como aún quedan algunos en el Centro Histórico. Ahí pasó Juana su adolescencia hasta los 17 años -en 1665-, cuando recibió el rimbombante y extraño título de "muy querida de la virreina", que no fue sólo honorífico, sino que le valió para alojarse en el Palacio Virreinal, ubicado en lo que ahora es el Palacio Nacional. En ese palacio destruido posteriormente durante los motines de 1692, la predilecta amiga de la esposa del marqués de Mancera habitó hasta los 21 años, presenciando por sí misma el mundo cortesano.

Su vida como religiosa también rebasó el ámbito de las jerónimas. Su primer intento por volverse monja fue con las carmelitas descalzas, cuyo convento distaba unos cuatro metros del palacio. Apenas siguió unos meses su severa disciplina. Visita obligada en nuestro recorrido es el ex templo y convento de Santa Teresa la Antigua, en la calle de Licenciado Verdad, donde también se ubican el edificio de la primera imprenta americana y el ex palacio arzobispal, y que conduce a la entrada de la zona arqueológica del Templo Mayor. Santa Teresa la Antigua (llamado así porque hubo después otro convento al que en contraposición se le apodó "la nueva") es punto donde cuatro siglos de arte e historia se dan la mano: en construcciones, ampliaciones y renovaciones desde 1616 intervinieron varias manos, entre las que sobresalen las de Rafael Jimeno y Planes, Manuel Tolsá y Lorenzo de la Hidalga. Secularizado en 1863, el ex templo ha sido rescatado ahora como recinto para artistas de vanguardia bajo el nombre de "Ex' Teresa, Arte Alternativo".

El punto culminante de nuestra ruta es el ex templo y convento de San Jerónimo, sobre la orilla sur de la ciudad hace 300 años, y hoy avenida Izazaga. Nuevamente nos hallamos en un sitio interesantísimo en más de un aspecto, sólo que aquí, todo -historia, arqueología, arte- se superpone más intensamente bajo la figura de Sor Juana Inés de la Cruz. Es imposible hacer un recuento detallado de las riquezas de este lugar en unas cuantas líneas, bástenos esbozar simplemente en qué consiste.

El complejo conventual, con todo y templo, que abarca una cuadra grande del Centro Histórico, aloja a la Universidad del Claustro de Sor Juana A.C. Además del gran claustro, en el extremo poniente hay otros cuatro o cinco patios rodeados de lo que fueron celdas y recintos comunes, como cocinas, enfermería y refectorios. Algunos de los cuartos se han acondicionado como museos, mostrando restos de las instalaciones coloniales, o bien como salas de exposiciones artísticas temporales. Además, en la esquina sureste se encuentra el llamativo Museo de la Indumentaria Mexicana "Luis Márquez Romay". El ex templo funge como auditorio; su exterior, sólo decorado por una sobria fachada herreriana que luce una caricaturesca escultura de San Jerónimo con su leoncito, mantiene la austeridad de tiempos de la poetisa. En su coro bajo está la lápida que recuerda que ahí estuvieron los restos de Sor Juana, así como una pequeña pero magnífica colección de piezas artísticas del virreinato, con una hermosa pintura anónima de San Jerónimo y un órgano europeo del siglo XVII.

Durante las restauraciones de hace veinte años, se rescató la mayor parte de la estructura del convento, y salieron a la luz pequeños detalles arquitectónicos muy valiosos. Aquí se ve una pilastra hundida dos metros, señalando el nivel del suelo de la ciudad hace 400 años; allá, los azulejos poblanos que decoraban un "placer", es decir, una tina de baño; por este lado, una primitiva fuente del siglo XVI; más allá unos frescos deslavados en el muro de un salón. En San Jerónimo pasó 26 años de su vida y escribió sus principales obras. Ahí, a los 47 años -en 1695-, murió y fue enterrada. Aquí es donde concluye el camino iniciado 100 km al sureste que, a pesar de sus estrechos límites, sigue siendo fuente de letras inmortales.

Al admirar la arquitectura y evocar los bulliciosos tiempos del virreinato, resulta fácil imaginar la altiva figura de Sor Juana por los corredores del convento.

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana nació el 12 de noviembre de 1648 en San Miguel Nepantla. A los tres años de edad se fue a vivir a la hacienda de Panoayan con su hermana María Josefa. Ahí aprendió a leer, compuso su primer poema, y tuvo a su alcance la biblioteca de su abuelo materno, Pedro Ramírez de Santillana, bajo cuyo cuidado transcurrió su primera infancia.

En 1656 fue enviada a la ciudad de México, de la que ya nunca saldría, para vivir en casa de su tía María Ramírez, esposa de Juan de Mata, hombre de "mucho caudal". Ahí inició sus estudios de latín en las famosas 20 lecciones del bachiller Martín de Olivas.

Su avidez de ciencia y letras surgió desde muy pequeña y se convirtió en una pasión tan seria que a ella sometió todos sus afanes. Ya desde sus años en Panoayan pedía que la vistieran de hombre para poder entrar a la Universidad de México. Muy conocida es también la anécdota de cómo se cortaba el cabello si consideraba lenta su instrucción: "El pelo crecía aprisa y yo aprendía despacio y con efecto, lo cortaba, que no me parecía razón que estuviese vestida de cabellos largos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era más apetecible adorno."

En 1665, cuando ya contaba con 17 años, pasó a vivir al Real Palacio bajo el estrambótico título de "muy querida de la virreina", que a la sazón era Leonor María Carreto, marquesa de Mancera. Sus dotes intelectuales pronto causaron asombro en la corte, al grado de que 40 sabios novohispanos fueron convocados a una reunión para examinar si sus conocimientos eran "infusos o adquiridos".

Su ingreso a la vida religiosa estuvo un tanto envuelto en el misterio. Algunos autores señalan que se debió a un desengaño amoroso; otros muchos, quizá con más acierto, hablan de que era la única alternativa en su tiempo para una mujer con vocación literaria. En agosto de 1667 entró al convento de Santa Teresa la Antigua, de carmelitas descalzas. Salió a los seis meses, supuestamente aquejada de una enfermedad. Un año después, en febrero de 1669, retornó a la vida conventual, pero en San Jerónimo, donde viviría el resto de sus días escribiendo la mayor parte de su obra. Desde entonces llevaría el nombre añadido de "de la Cruz con el que ha pasado a la historia. Veintiséis años más tarde, el 25 de abril de 1695, falleció a consecuencia de la peste que asoló a la ciudad de México.

En la obra de Sor Juana se conjugan las ricas tradiciones literarias que florecieron en la Nueva España. Se dice que su poesía sintetiza las dos tendencias predominantes de la época. culteranismo y conceptismo. Sin embargo, muchos autores hacen ver que aun en sus ejercicios líricos más profundos, prevalece el ejercicio retórico sobre la experiencia vivida; el enfoque discursivo sobre la emoción poética; la idea sobre la imagen. Su obra abarca poesías dramáticas, líricas, alegóricas, sacras y festivas de muy distintos temas. Con frecuencia escribió también tocotines, poesías populares de inspiración náhuatl. Sus piezas dramáticas incluyen autos sacramentales comoEl divino NarcisoyEl cetro de José, en los que se ven influencias de Calderón de la Barca, y comedias, entre las que destacanLos empeños de una casayAmor es más laberinto.

Sus trabajos en prosa más renombrados sonNeptuno alegórico, Explicación del arco, Carta atenagóricayRazón de la fábrica alegórica y aplicación de la fábula. Pero, en este renglón, fue probablemente otra su obra más importante. El obispo de Puebla le dirigió una carta bajo el nombre de Sor Filotea, en la que criticaba su falta de piedad al dedicarse a las letras. Sor Juana le contestó con su famosaRespuesta a Sor Filotea, documento extraordinario que revela las dificultades de una mujer inteligente del siglo XVII.

En su época fue muy popular; se le llamó "Única Poetisa" y "Décima Musa". Aun enclaustrada en San Jerónimo llegó a ganar galardones literarios en la capital del virreinato. Pero después de su muerte, la reacción antibarroca y el odio anticolonial terminaron por confinarla al olvido. Fue ya en este siglo cuando el Modernismo la rescató.

En décadas recientes se ha percibido a veces a una nueva ola de rechazo a su figura, que más bien puede ser respuesta a la torpe política que la ha inflado excesivamente, haciéndola aparecer como la única gloria artística del México virreinal. Con todo, Sor Juana Inés de la Cruz no deja de ser el paradigma de tres siglos de literatura mexicana. Como apunta el historiador Jorge Alberto Manrique, toda esa alabanza exclusivista e ignorante "no quita que Sor Juana represente, por última, por mujer y por la extensa y gran variedad de su producción... la suma y cumbre de la poesía novohispana".

SI USTED SIGUE LA RUTA DE SOR JUANA
I.-La región de los volcanes

Chalco, Tlalmanalco, Amecameca, Ozumba, Tepetlixpa y Nepantla se encuentran sobre la muy concurrida carretera federal México-Cuautla (115).

Chalco está a menos de una hora (unos 45 km) de la ciudad de México, saliendo por la autopista a Puebla. Diez minutos adelante (15 km) se encuentra Tlalmanalco y, poco después (10 km), Amecameca. Dos kilómetros antes del centro de este poblado, a la izquierda, está la Hacienda de Panoayan (propiedad privada). El Sacromonte se halla a diez minutos a pie del centro de Ameca hacia el suroeste.

Ozumba se halla a un cuarto de hora (10 km) al sur de Amecameca y, más al sur está la parroquia de San Vicente Chimalhuacán-Chalco , mejor conocida por los lugareños como "Chimal". Un par de kilómetros al suroeste de Ozumba, al otro lado de la carretera, se encuentra Tepetlixpa. Otros 15 minutos de recorrido (10 km) hacia el sur lo llevan a San Miguel Nepantla. El Centro Cultural Sor Juana Inés de la Cruz contiene los restos de la casa natal de la escritora. Abre de lunes a sábado de 9:00 a 14:00 horas y de 16:00 a 18:00 horas; domingos, de 10:00 a 17:00 horas.

En toda la ruta abundan los servicios turísticos, si bien Amecameca ofrece la mayor variedad de ellos. La región ofrece también la posibilidad de acompañar este viaje con una grata exploración. gastronómica: platillos como el mixiote, la cecina de Yecapixtla y las quesadillas de maíz azul, se consiguen en infinidad de restaurantes y mercados.

TLALMANALCO

El camino que conduce a esta cabecera municipal está bordeado por árboles de eucaliptos rodeados de campos de siembra que forman una hermosa cuadrícula verde. Bajo la orden de los monjes franciscanos y con la mano de obra indígena, se construyó la iglesia y monasterio dedicado a San Luis Obispo de Tolosa, que sin lugar a dudas es una verdadera joya del arte novohispano, tanto, que su capilla abierta donde se oficiaba misa a los indígenas inconversos llegó a ser conocida como “Capilla Real”.


En el centro de la cabecera municipal se puede admirar el pequeño Museo Comunitario Nonohualca, donde se exhiben piezas arqueológicas encontradas en la región. Las fiestas con las que se celebran a los santos patronos de Tlalmanalco se visten de gala, se organizan procesiones con la imagen del santo, la banda de música, cohetes, puestos de comida y la singular danza de los Chinelos, herencia virreinal que los visitantes no deben perderse en estos festejos populares.


La población de San Rafael, que pertenece al municipio de Tlalmanalco, es un lugar de interesante arquitectura con casas de estilo europeo y edificios antiguos de principios del siglo XX. Desde este lugar se contemplan hermosos paisajes y es la puerta de entrada para escalar la montaña o volcán Iztaccíhuatl.

LA FERIA DEL CONEJO

Camino hacia Amecameca, por la carretera federal México-Cuautla, está hacia la derecha el pueblo de Cocotitlán, cuyos moradores son conocidos también como los brujos. Más adelante, está el pueblo de San Andrés Metla, un lugar famoso en la región por su zona de restaurantes cuya especialidad es el conejo en las variedades más inimaginables.





Apenas en el 2007 los restauranteros de San Andrés Metla conjuntaron esfuerzos y dieron vida a La Feria del Conejo, una feria que en su primer año cobró vuelo rápidamente, al grado que realizaron, ese mismo año, la segunda edición de este delicioso festival gastronómico, instalándose ya en el gusto de la gente.



En los restaurantes podemos encontrar conejo enchilado, a las brasas, al mojo de ajo, en mole, en tamales y hasta en quesadillas. Este año los organizadores prometen nuevas recetas para sorprender a los paladares más exigentes.